jueves, 18 de octubre de 2007

Quinta Lectura, El cuerpo de Clarice Lispector


Xavier era un hombre truculento y cruel. Muy fuerte el hombre. Le encantaban los tangos. Fue a ver El último tango en París se excitó terriblemente. No comprendió la pelicula: pensaba que se trataba de un filme de sexo. No descubrió que era la historia de un hombre desesperado.

En la noche cuando vio El último tango en París los tres se metieron en la cama: Xavier, Carmen y Beatriz. Todo el mundo sabía que Xavier era bígamo: vivía con dos mujeres.

Cada noche le tocaba a una. A veces dos veces por noche. A la que no le tocaba se quedaba presenciando. Ninguna tenía celos de la otra.

Beatríz comía que daba gusto: era gorda y enjurdiosa. En cambio Carmen era alta y delgada.

La noche del último tango en París fue memorable para los tres. En la madrugada estaban exhaustos. Pero Carmen se levantó en la mañana, preparó un opíparo desayuno - con cucharas llenas de crema espesa de leche- y se lo llevó para Beatriz y para Xavier. Estaba somnolienta. Fue necesario darse un baño en la regadera helada para ponerse en forma nuevamente.

Ese día - domingo- almorzaron a las tres de la tarde. La que cocinó fue Beatriz, la gorda. Xavier bebió vino francés. Y se comió solito un pollo entero. Entre las ods se comieron el otro pollo. Los pollos estaban rellenos con masa de harina de mandioca con pasas y ciruelas, todo impregnado, rico.

A las seis de la tarde, los tres se dirigieron a la iglesia. parecían un bolero. El bolero de Ravel.

Y en la noche, se quedaron en casa viendo televisión y comiendo. Esa noche no sucedió nada: los tres estaban cansados.

Y así era, día tras día.
Xavier trabajaba mucho para mantener a las dos mujeres y a sí mismo: las comidas eran abundantes. Pero a veces engañaba a ambas con una prostituta excelente. Pero en casa nada contaba, pues no estaba loco.

Pasaban los días, los meses, los años. Nadie moría. Xavier tenía cuarenta y siete años. Carmen tenía treinta y nueve. Beatriz ya había cumplido cincuenta.

La vida los sonreía. A veces Carmen y Beatriz salían a comprar playeras llenas de imágenes de sexo. Compraban también perfume. Carmen era más elegantes. Beatriz, con su lonjas, escogía un bikini y un brassier minúsculo para los enormes senos que poseía.

Un día Xavier llegó ya muy tarde en la noche: las dos estaban desesperadas. Apenas si sabían que estaba con la prostituta. Los tres en verdad eran cuatro, como los mosqueteros.

Xavier llegó con un hambre de nunca acabar. Abrió una botella de champaña. Estaba en pleno vigor. Platicó animadamente con las dos, les contó que la industria farmacéutica de su propiedad iba bien de finanzas. Y les propuso a ambas para que los tres fueran a Montevideo, a un hotel de lujo.
Fue tal el barullo por la preparación de las tres maletas.

Carmen se llevó todo su complicado maquillaje. Beatriz salió a comprar una minifalda. Viajaron en avión. Se sentaron en la fila de tres asientos: él en medio de las dos.

En Montevideo compraron todo lo que quisieron. Incluso ana máquina de coser para Beatriz y una máquina de escribir para Carmen, que quería aprender. En verdad no necesitaba nada, era una pobre desgraciada. Llevaba un diario: anotaba en las páginas del grueso cuaderno empastado en rojo las fechas en que Xavier la buscaba. Le daba el diario a Beatriz para que lo leyera.

En Montevideo compraron un libro de recetas culinarias. Sólo que estaba en francés y ellas no entendían. Parecían más palabrotas que palabras.

Entonces compraron un recetario en castellano. Y se esmeraron en las sopas y en las salsas. Aprendieron a hacer roastbeef. Xavier engordó tres kilos y su fuerza de toro aumentó.

A veces las dos se acostaban en la cama. Largo era el día. Y, a pesar de que no eran lesbianas, se excitaban una a otra y hacían el amor. Amor triste.

Un día le contaron ese hecho a Xavier.

Xavier se excitó. Y quiso que esa noche las dos se amaran frente a él. Pero, ordenado de esa manera, terminó todo en nada. Las dos lloraron y Xavier se encolerizó furiamente.

Durante tres días no le dirigió la palabra a ninguna de las dos.

Pero, durante ese intervalo, y sin encargo, las dos fueron a la cama con éxito.

Al teatro los tres no iban. Preferían ver la televisión. O cenar fuera.

Xavier comía con malos modales: agarraba la comida con las manos, hacía mucho ruido al masticar, además de comer con la boca abierta. Carmen era más refinada, le daba asco y vergüenza. Beatriz tampoco tenía vergüenza, hasta desnuda andaba por la casa.

No se sabe cómo empezó. Pero comenzó.

Un día, Xavier llegó del trabajo con marcas de lápiz labial en la camisa. No pudo negar que había estado con su prostituta preferida. Carmen y Beatriz agarraron un trozo de palo cada una y corrieron detrás de Xavier por toda la casa. Este corría todo desesperado, gritando: ¡perdón!, ¡perdón!, ¡perdón!

Las dos, también cansada, finalmente dejaron de perseguirlo.

A las tres de la mañana, Xavier tuvo ganas de poseer una de las mujeres. Le llamó a Beatriz porque era la menos rencorosa. Beatriz lánguida y cansada, se prestó a los deseos ......

..... continuará...

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