miércoles, 24 de octubre de 2007

Comentarios acerca de "El otro afuera" de Lilian Elphick



METÁFORAS DEL DESEO Y LA VIOLENCIA Por Javier Edwards Renard. Revista de Libros de El Mercurio.

RELATOS Y UTOPÍA AMOROSA Por Patricia Espinosa. Crítica Literaria.

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Tarea 6

Ironía , parodia de la reailidad, del mundo.

Isa: cuento corto.

Sexta Tarea

JUEGO DE CUATRO ESTACIONES de Lilian Elphick

Cabe el deseo.
El deseo cabe en todas partes y se
manifiesta de las maneras más
insospechadas, cuando se manifiesta, y
cuando no se manifiesta –las más de las
veces- es una pulsión interna, un latido
de ansiedad incontenible.
Luisa Valenzuela


I

NO ES QUE ELLA quiera ser presumida por mirarse en el espejo con una carta en sus manos, sólo es la manera de pensar en el verano y en sus damascos reventados en la tierra. No sólo es el calor insoportable de la calle, hombres en impecables pantalones blancos, mujeres vestidas de flores y lunares: revistas viejas para hojear; y la canción de que todo pasa, tarde o temprano el verano es una marea que se retira, dejando sombras y más de algún pedazo de sandia en una mesa. Por eso ella cree y no le molesta el sudor que se anida en su cuello cuando se desnuda enterita, dejando la ropa tirada en el suelo, por que ya nada importa (a ella nada le importa), la pieza oscura y el sol de pelusas que filtra por un agujero que ella escarbo en la madera. Por los muslos se van enrollando los calzones y ella es experta en sacárselos sin las manos, se mueve y ellos ruedan hacia abajo en animalitos traviesos. No, ella no es presumida porque alguien le escribe. Es un poco más feliz, eso es todo, es la pequeña alegría de ver su nombre escrito en papel por una mano que la quiere (ella lo sabe a pesar del gesto oblicuo que le voltea la cara), por las palabras estampadas en su desnudez, en la carta que ella despliega frente al espejo, en un juego de abanico, ella desuda con la carta al borde de los pechos, y parece una estatua, rígida, un movimiento de labios, quizás una media luna de sonrisa, por que yo sé que piensa en ése que la desea, el anónimo, el extranjero, el que miente. En ése piensa cuando se mira al espejo y sueña las mil formas que puede tener mi cara, el color de mis ojos, la reciedumbre de mi cuerpo, y me alegra que me invente hermoso, lo sé, lo veo, porque ella cierra los ojos y me abraza, acaricia mi altura, me toma de la mano para correr por un parque de hojas crujientes, por una playa donde galopan caballos blancos, una playa vacía con arena gris, un mar reposado, por ahí correr, pies desnudos, a la horilla de un deseo indeterminado, aunque nada exista, nada.
Detrás de una cortina a penas descorrida quedo yo y nadie más, y dentro de la pieza oscura, una que sueña que la vida es diferente.


II

Yo podría hablar o murmurar rabias, alegrar desamparos, soledades, gritar hastíos, golpear bien fuerte la mesa y decir: “aquí la que mando soy yo, tú dedícate a pintar paños de cocina”, para que la gente no ande diciendo que poco menos te tengo que dar la comida en la boca y limpiar las pozas de tus meados, dedícate a pintar paños de cocina, verás que fácil es hacer flores amarillas y rojas, y que no te tiemble la mano porque la pintura se corre y ya no queda flor sino mancha, una horrible mancha que no sale, y es un paño que sirve para trapero, o para que ensayes flores y flores y pétalos, o unas uvas bien moradas…Yo podría enseñarte a fingir que eres inteligente, que puedes caminar por la calle con la frente en alto y pronunciar tu nombre sin titubeos, pero pienso que cualquier mañana lo echas todo a perder, cualquier tarde llegas y te levantas la falda para mostrar que tienes media nuevas y te ríes tanto que todos se ríen contigo, y al final te tengo que ir a buscar porque de al lado me gritan que vaya a buscar a la loquita que zarandea el polvo de las calles, que vaya a buscar a la tonta que anda caliente, que la entre rápido antes que se ponga a llorar porque le dijeron ya córtala tonta huevona, ándate a tu casa mejor será, chalá. Yo podría …, pero ella es indefensa y tiene muchos miedos, que el papá venga de nuevo, por ejemplo. Ese es su miedo, que el papá venga y le prometa llevársela, sacarla de fango y pasearla por la ciudad como a una señorita, y le prometa y no cumpla, y después trata el papá, trata de arrinconarla por ahí y le corre mano, hasta que se va porque yo lo ordeno, váyase y no vuelva y él me huele que no estoy de bromas y se va riendo, quien eres tú, me increpa, pero él sabe perfectamente quién soy, qué sangre tengo y cuánta lluvia han caído en estos años, él lo sabe y me desconoce, y a mí me duele porque alguna vez lo llamé papito lindo, alguna vez, en otra época, cuando aún no sabíamos porqué ella, de cuatro años miraba el techo por horas.
Entonces ahí la tengo bien protegida. Nuestra pieza tiene un espejo y un agujero por donde entra el sol de pelusa, ahí la tengo, y a veces puede regar las plantas, esas calas que planté hace años y que ahora se doblegan, esa enredadera mugrienta que cría arañas, que la riegue, esa no sé como se llama, esos diegos de la noche que salieron solos, que me ayude en los menesteres del agua, que se moje las pantorrillas y me mire y se ría, ahí la tengo, aquí, protegida por cuatro paredes. Yo lo hago todo porque soy mayor, trabajo, hago la comida, echo al papá cuando hay que hacerlo, yo lo hago todo sin quejarme, ella me pregunta si puede desgranar conmigo y yo le digo ándate a ver revistas, hombres en impecables pantalones, mujeres vestidas de flores y lunares; yo desgrano arvejas, pico cebollas, barro y le lavo el pelo allá atrás, a ella la baño y la despiojo, le jabono las axilas, le cambio los calzones y la santiguo porque nunca se sabe , y ella así no tiene de que preocuparse , no tiene para que salir a fuera a la calle, ni a comprar ni a mostrar las tetas como me imagino que lo haría, que las muestre aquí adentro, frente a su espejo, que juegue, que sueñe todo lo que quiera, que cuente cuántos días quedan para el 21 de mayo, que adivine qué estación viene, donde las hojas de los árboles se caen y aún no hace frío ni mucha lluvia, que adivine cómo se viste el extranjero que la ama, el que vendrá en un caballo, no como padre sino como príncipe, el 21 de septiembre, justo ese día , porque ¿qué estación comienza, cuál es esa estación de flores y brotes verdes, de volantines y de vientos , de cordillera nevada y majestuosa?


III

Yo no tengo para qué contarme historias ni mirarme en el espejo. El espejo sólo podrá mostrarme la brutalidad de un cuerpo que envejece. Además sé que no es así como ella piensa que es, porque es más simple ponerlo en un tono amable. Yo voy por la noche y me acuesto en una cama que me tenga algo de cariño. Eso es todo. Yo voy y conozco a un hombre hilachudo, descosido, de camisa afuera y pantalón sin basta, uno que jamás usará corbata, salvo para un bautizo o entierro, uno que come y eructa y pide otra caña, uno que sólo sabe decir mijita rica o guachita con la boca abierta y los dientes cariados. Con ése me voy cualquier noche cuando ella duerme y la cabrería grita afuera, y ése me lleve a su piezucha, si es que la tiene, me saca la ropa a tirones y me la raja, y me aprieta los pechos, me los estruja, las piernas me las navega como quiere, y yo cierro los ojos y me gusta, y pienso que ella duerme tranquila, soñando, soñando siempre, que sueñe mientras yo …, que sueñe que es invierno y baldeamos la lluvia del piso, que se suba a una silla con la carta en las manos y se mire al espejo, tiritando, de gallina la piel, de pollo muerto, a ella nada le importa, que sueñe cuando yo me estremezco y ése me monta y yo lo siento entero adentro mío, que éste tranquilita cuando grite y ése me babee la espalda, que ella esté tranquila… piolita.


IV

Juego de cuatro estaciones he llamado a este juego de cartas. El que lea esto comprenderá que lo escrito puede durar mucho, algo así como siglos. Y yo quiero que ella dure siglos, aunque muera en este instante, aunque yo la mate. Las otras historias que he leído así lo dicen. La Corín Tellado me ha enseñado mucho. Tanta palabra nueva… tanto silencio.
La mami hace siglos me dijo deberás cuidarla y no supe cómo. Al principio le lanzaba una pelota que ella jamás agarró, también la llevé al circo, a los Juegos Diana, pero nada le importó. Ella tiene unos ojos que nunca miran donde deben mirar y unas manos de ciega que van a tocando las cosas sin reconocerlas del todo. Ella tiene la soledad hecha piñen, sus lunares no son marcas de guerra, son hormigueros abandonados; el pelo tan largo de puro insolente, su guatita que ronronea desde que tuvo a la tenia de alojada. Ella, la bella piojosa, la pulguienta encantada.
Como nada le importa, no la dejé salir. De ahora en adelante no saldrás, le dije, el mundo de allá afuera no te interesa, tú quieres estar conmigo y que te cuide, ¿no es cierto?, las dos solas, ¿verdad?, afuera el mundo es muy grande y te perderías. Si un día te fueras de aquí ya no podrías regresar, llorarías por las calles y al final te quedarías dormida en el fondo vacío de una artesa, en un patio ajeno, quizás con qué gente preguntándote cosas, y al despertar verías caras desconocidas, no me encontrarías nunca más. Y ella no respondió nada, se quedo callada por mucho rato, haciéndose la que no entendía. Comimos, y cuando retiramos los platos, ella se acercó por detrás, me tocó el hombro y me dije despacito: si no me voy a ir a niún lado. Yo la tomé por la cintura y ella se apoyó en mi pecho, le hice cariño en el pelo, sé que no te vas a ir a ningún lado, mi preciosa, tú no te vas a ir nunca, mi pequeña, las hermanitas no se separan, la hermana mayor cuida a la niña. Sí, tú me cuidai a mí, dijo, y me vai a hacer harto car-iño, siguió diciendo.
Cuando quise escribirle tuve que ensayar todas las noches hasta lograr la letra que quería. Eran cartas de alguien que juraba estar enamorado de ella. Después se me ocurrió hablarle de las estaciones del año, y cómo el amor era diferente según el frío o el calor. Le pedí que se mirara al espejo porque ahí me veía. Las cartas se las encarga yo misma, mira lo que te trajo el cartero, ¿un regalo?, no, una carta, alguien que te escribió una carta, ¿quieres que te la abra?, no, entonces, ábrela tú, y ella se quedaba mirándome, la floja, así se hace, ¿ves? Trataba de leérsela lo mejor posible y ella escuchaba sin interrumpirme, ¿te la leo de nuevo?, no, decía, la guardamos entonces. La puse en una caja de metal, y ella siguió sin moverse hasta que me preguntó si Tu Ferviente Enamorado vendría a visitarla, yo le respondí que quizás él no se atrevía aún, déjalo que te escriba harto, algún día te vendrá a visitar, ¿algún día cuando es?, preguntó preocupada, no sé, contesté, sólo él lo sabe. Y me dio tanto miedo.
Sólo yo lo sé, sólo yo puedo darle vida a ese hombre que la ama, darle la muerte o desaparecerlo también, pero la verdad todavía no es parte del juego, a ella la verdad no le gusta, aunque parece no entender nunca nada, yo sé que le gusta lo otro, el sueño, parase frente al espejo por horas y horas, que le lea.
Las cartas se han ido acumulando por tres años, la caja de metal se hizo chica. Trasladamos las cartas a una caja de cartón, fea y desarmada. Una caja que no tiene lugar preciso.
Hace dos semanas ella quiso jugar a que él llegaba, entonces yo llegué y la sorprendí cuando se sacaba la ropa para iniciar el juego. Por qué te sacas la ropa le pregunté, por que me gusta, tartamudeó.
La obligué a ponerse una enagua, algo que hiciera cubrirse mis sustos.


V

Es invierno ahora y él no ha podido visitarla de nuevo. Ella me pide que yo venga no más, que le da cosquillas mi bigote de mentira, me he negado y ella insiste, me llora, le da rabieta. Ya va ha legar de verdad, le miento, él va a venir a verte tan pronto terminen estas lluvias, ¿no ves que está todo inundado allá afuera?, seguramente se le murió el caballo cuando cruzó la cordillera, se le murió congelado y tuvo que enterrarlo, por eso se demora, quizás en primavera…, cuando el hilo curado corta las manos…, cuando los escolares cantan banderita mi banderita tricolo-or…, pero ella me quiere a mí, no importa, alega, tú venme a ver…Hasta que de un bofetón le hago callar, cabra conchetumadre quédate callá nisque me estai volviendo loca; aprieto los puños y pienso que si le pego todo sa va a acabar, cierro los ojos, ya pasaron las ganas. Miro para afuera, dentro de poco, si no para de llover, el barro se nos mete hasta aquí mismo donde estoy parada, y me carga irme donde los vecinos, pasar la noche oyendo los goterones, los ronquidos del viejo, las tablas que crujen, ella que no me quiere soltar la mano, no te vayai, y cuando amanece partir a baldear y remover las costras de barro pegadas a la mesa y a las patas de la cama, quédate ahí, y ella se queda arriba de la silla por horas mirando cómo se pega la humedad en esta piel mía, mirando el humito que sale de mi boca, los mocos colgando, mirando la forrajera en papel de diario y cómo se diluye la tinta negra y se revuelven las letras, la mazamorra.
Pero la lluvia amaina le cuento a ella, mira que está lloviendo despacito, mira que ahora llueve como si un cabro chico estuviera llorando, con esas lagrimitas sucias que caen por la mejilla, con esas lágrimas de recién retado, como cuando los perros gimen y hacen caracol, así llueve. El agüita cae lenta y los que tienen canaletas ponen unas cadenas para que el agua corra por allí. Se creen la muerte.
Mira por la ventana que las pozas se van achicando cada vez más; las viejas del frente comienzan a barrer para que el pastelón de entrada se les seque luego, más allá alguien prende la radio o se oye una tele lejana con los Picapiedras, trato de desviarlas, que ni se acuerde, porque hoy día no quiero jugar, hoy no, me duele aquí y yo creo que ya es tiempo de echar toda mi sangre vieja y hedionda por afuera, porque a ella le toca primero y a mí después. Siempre es igual y no tiene por qué cambiar. Primero a ella. Cada mes le tengo que repetir la historia de nuevo: esto se llama menstruación, que palabra complicada ¿no?, y a toda las mujeres les pasa lo mismo, todos los meses viene un huevo viejo que ya no puede estar más dentro tuyo y ese huevo se cae y al caerse se hace una yaya y le sale harta sangre, y ella todos los meses pregunta si no viene la amb-ulancia, se dice ambulancia de corrido, no amb-ulancia, le corrijo. No, porque para eso tú tienes mimosas en el calzón y ellas reciben la sangre del huevo muerto. Ella primero, yo vengo dos o tres días después. Por suerte nos toca seguido, así aprovecho de lavar todas las mimosas juntas, y hay algunas que las boto porque están percudidas y la mancha ya no sale. A veces las mimosas no se secan y hay que entrarlas y hacer colgadero en la cocina. Yo puse unos cordeles, cord-eles ella dice, de pared a pared, bien estirados… Si yo saliera en el réclame de Omo tendría que decir la verdad: el Omo no saca las sangres repetidas. Si fuéramos una familia numerosa, de esas de ocho chiquillos más una abuela enferma, sería diferente. Se mandan unos dos o tres a una fundación, los mayores se las arreglan como puedan. Nosotras no estamos mal.


VI

La mami cantaba boleros, tú me acostumbraste a todas esas cosas, cuando estaba de buenas. Se sentaba pierna arriba, la falda arremangada, se cortaba las uñas de los pies, las medias caían al suelo, se limaba las uñas, buscaba el esmalte nacarado mientras la voz se le hacía un hilo porque se emocionaba y lloraba a mares, las lágrimas le corrían por la cara, la mami después se ponía de malas y gritaba puta que estoy cabría, tiraba el esmalte lejos, el piso se ensuciaba. Ella y yo mirábamos asustaba desde la puerta, ella me miraba a mí para que yo le diera la respuesta. Le decía bien bajito al oído, en un susurro temeroso: la mami es presumida. Ella no entendió nunca lo que es ser presumida, sólo vio a la mami golpearse la cabeza en la pared una y otra vez mientras gritaba sutil llegaste a mí como una tentación, hasta caer con las cejas sangrantes y las manos arañadas. El papá llegaba tarde y la encontraba ahí, hecha un ovillo de dolores, recogida. Yo sé lo que ésta quiere, decía el papá, y ahí mismo la desovillaba, la remendaba, como él sabía hacerlo. Después la arrastraba hasta el camastro y la bofeteaba, la mechoneaba entera, la meneaba como a una muñeca de trapo a la vieja curada, y nosotras oíamos el llantito podríamos ver el pañuelo con sangre de narices, las piernas moreteadas, la mandíbula descolocada, las tetas carneadas. El llantito de la mami se hacía lejano a medida que nosotras nos quedábamos dormidas, bien acurrucadas las dos, haciendo cucharita, el llanto se hacía lejano porque ella me chupaba el pelo y yo le chupaba los dedos y así cerrábamos los ojos para que la noche pasara luego. Alguna vez yo canté duérmete mi niña, duérmete mi sol, por los capachitos de San Juan de Dios.
La mami se fue. Ni chao nos dijo. El papá nos despertó muy temprano esa mañana. Se fue la vieja bruja, así que ustedes también se van. Yo tenía trece. Los pacos nos metieron a la cuca. Después nos llevaron al hogar. Después nos llevaron al hogar. Después fui mamona. Después nos recogió una tía.
Ella preguntó por la mami por muchos meses, hasta que una tarde le dije: olvídate de la mami.


VII

Esta no es la historia de la mami, este es el juego de cuatro estaciones, es el juego de ella, el de nunca acabar. Los recuerdos son como las costras de barro que quedaba pegadas para siempre en algún rincón de la pieza, aquellas que una descubre después de harto tiempo y que son partes de ese rincón. Así son los recuerdos. Ella casi no tiene recuerdos, vive el día haciendo de cuenta que es el primer día y que no ha habido ningún otro, se olvida del juego y las cartas se confunden con otros papeles sin importancia. Por eso hoy la remezco, le muestro las cartas. ¿Te acuerdas? Vamos, párate arriba de las sillas, desnúdate si quieres, yo cierro las ventanas y le pongo tranca a la puerta, así no entran corrientes de aire que te puedan elevar como un pañuelo, vamos, le digo, y te subes arriba de la silla, siempre obediente, comienzas a sacarte el vestido desteñido, tela de cebolla, un botón, después el otro y el otro, te cuesta trabajo, déjame ayudarte. Miro tus hombros blancos. ¿Estoy linda?, preguntas. Te abrazo desde mi lugar, mis manos sólo pueden rodear tus piernas y mi cabeza sólo puede hundirse en tu arañita. Lloro sin que te des cuenta, lloro por tu hermosura y tu silencio, por los recuerdos que no tienes; beso tus piernas, están tibias. Afuera los cabros queman neumáticos. Con tu vestido arremolinado a tus pies los oigo gritar. Es verano otra vez y el olor a caucho quemado se filtra por el agujero que escarbaste en la madera. Nos quedamos las dos en silencio, escuchando, la oscuridad nos protege, nadie nos va a venir a golpear la puerta, menos ahora que los cabros ya huyen, gritando, quebrando botellas, y el ulular ya se acerca, y todos por aquí se hacen los locos, no saben nada dicen las mujeres, los cabros no eran de aquí , dicen los hombres. Tu Ferviente Enamorado no viene, dices, y te abrazo cada vez más fuerte, feliz de tu nostalgia sorpresiva, tú sí sabes lo que es la nostalgia ahora. No, no, él viene, cierra los ojos, él está aquí contigo, acompañándote, mira al espejo y verás que él te acaricia, mira sus manos rosadas de tanto verano, mira tu timidez caminando por tus pechos. Soy tú no más, soy tú la que me está agarrando las tetas.


VIII

Ese verano la saqué a tomar sol a diario.
Una tarde, mientras ella hojeaba una revista y reposaba los pies en una palagana con agua, partí una sandía y el jugo inundó la mesa. Me agaché para sorber el jugo que caía en hilachas hasta el suelo. Separé las pepas negras. Me comí el corazón rojo con las manos. Me acordé del cuadrito de la tía: el niñito Jesús y la Virgen que lo tenía en la falda. Cuando levanté la mirada ella estaba arriba de la silla, con el sol de frente. Inmóvil, llena de luz, más viva que nunca. Linda, como si el tiempo se le hubiera detenido. Quise tocarla, pasar mi mano por ella, acariciarla, como se acaricia la cáscara de la lúcuma que nunca saboreamos. Me acerqué. Me preguntó cuál era su nombre. Yo le dije que lo sabía. Me preguntó que edad tenía. Yo le dije que la sabía. Hizo un gesto para que la dejara sola, un gesto aprendido de la calle, de esas mamás que mandan a sus hijos a entrarse a la casa.
Entré despacio y sin hacer ruido. Me desvestí frente al espejo resquebrajado. Piel de higo seco. Parada arriba de la silla, entendí que ya era hora de comenzar otra carta. Para las dos:


IX

Queridas Ana y Fabiola habitantes de la casucha de madera de la esquina sobrevivientes de varios inviernos y veranos baldeadores del agua y del barro catadoras de la ventolera de las doce del día cuando el sol está bien parado y achicharrando cabezas Queridas Ana y Fabiola hermanas de sangre eriaza hermanas siempre hasta que la muerte las separe o que una de las doce se vaya que Fabiola arranque de todo martirismo que Ana se siente culpable y se tire a la Aguada hermanas del meado tibio Voy a venir se los prometo voy a venir en un auto super modelo el caballo es lento ya no sirve para esta movida la última En un auto vendré sacando forro haciendo cagar la caja de cambios vendré borroneando todos los luches que encuentre a mi paso levantando todo el polvo del callejón donde viven que salgan las viejas y los guatones a mirar cómo llego y las rescato superman que salgan las copuchentas y las hambrientas las chiquillas vírgenes por huevonas las tontitas por calientes que todas salgan porque aquí vengo yo chaqueta de cuero y botas con espuelas tiquitiquití queridas Ana y Fabiola espérense no más un par de años estoy allá aguáitenme por la ventana hermanitas de la piedad huachas orgullosas lean revistas por mientras como si estuvieran en una peluquería preparándose preciosuras y no se vayan a ir antes ¿a dónde se irán? No esperen la paciencia ya la tienen Ana y Fabiola hermanitas de la mentira en desuso agotadas traspapeladas inquietas de chuchitas añejas de cuerpecitos esqueléticos roticuacas Yo le voy a dar buena casa y comida ¿casa con piscina quieren? La tendrán ¿Empleada puertas adentro también? Ni un problema Para eso está Tu Ferviente Enamorado con auto último modelo con los bolsillos repletos de billetes para tirar por todos lados un poquito acá y otro más allá.
Unila dorila tirila Ay me pasé parece que no era por aquí me perdí hermanitas Ana y Fabiola hijas del estucador de tumbas y de la lava pañales por docenas nacidas sin ceremonia ni registro civil hermanitas Ana y Fabiola otro día vengo tanto que hacer aquí en Santiago de Chile Chile la ciudad de las hermanitas la capital de las desahuciadas la urbe flaca prodigadota de pan duro remojado en el río Mapocho donde van a dar las hermanitas como ustedes para que el agua les lave la porquería y los ojos entumecidos para que el agua sucia del río Mapocho las haga rodar y dar tumbos entremedio de las piedras y de las palas mecánicas para que alguien encuentre un zapato y diga me lo quedo Esperen no más chiquillas acérquense al anafre y canten por mí que cuando yo pueda venir yo vengo Tengo la promesa de venir a sacarlas de la pobreza subirles el pelo a las ilusionadas a las soñadoras como ustedes las que guardan mis dos mil quinientas cartas de cartón las ilusas las que creen Ana y Fabiola santas de Chile no pierdan la esperanza que Tu Ferviente Enamorado vendrá con más juegos a mostrarlas oras estaciones que no conocen ni por fotos en mi auto super modelo donde sólo cabe uno Detrás de mí tendrán que irse corriendo detrás de mí con la lengua afuera como perras recién paridas así no más es la cosa Chao Pescao

Tu Ferviente Enamorado

domingo, 21 de octubre de 2007

Tarea 5

Tema: Libre

(o más y más violencia, ¡pero no tanto Isa!).

jueves, 18 de octubre de 2007

Quinta Lectura, El cuerpo de Clarice Lispector


Xavier era un hombre truculento y cruel. Muy fuerte el hombre. Le encantaban los tangos. Fue a ver El último tango en París se excitó terriblemente. No comprendió la pelicula: pensaba que se trataba de un filme de sexo. No descubrió que era la historia de un hombre desesperado.

En la noche cuando vio El último tango en París los tres se metieron en la cama: Xavier, Carmen y Beatriz. Todo el mundo sabía que Xavier era bígamo: vivía con dos mujeres.

Cada noche le tocaba a una. A veces dos veces por noche. A la que no le tocaba se quedaba presenciando. Ninguna tenía celos de la otra.

Beatríz comía que daba gusto: era gorda y enjurdiosa. En cambio Carmen era alta y delgada.

La noche del último tango en París fue memorable para los tres. En la madrugada estaban exhaustos. Pero Carmen se levantó en la mañana, preparó un opíparo desayuno - con cucharas llenas de crema espesa de leche- y se lo llevó para Beatriz y para Xavier. Estaba somnolienta. Fue necesario darse un baño en la regadera helada para ponerse en forma nuevamente.

Ese día - domingo- almorzaron a las tres de la tarde. La que cocinó fue Beatriz, la gorda. Xavier bebió vino francés. Y se comió solito un pollo entero. Entre las ods se comieron el otro pollo. Los pollos estaban rellenos con masa de harina de mandioca con pasas y ciruelas, todo impregnado, rico.

A las seis de la tarde, los tres se dirigieron a la iglesia. parecían un bolero. El bolero de Ravel.

Y en la noche, se quedaron en casa viendo televisión y comiendo. Esa noche no sucedió nada: los tres estaban cansados.

Y así era, día tras día.
Xavier trabajaba mucho para mantener a las dos mujeres y a sí mismo: las comidas eran abundantes. Pero a veces engañaba a ambas con una prostituta excelente. Pero en casa nada contaba, pues no estaba loco.

Pasaban los días, los meses, los años. Nadie moría. Xavier tenía cuarenta y siete años. Carmen tenía treinta y nueve. Beatriz ya había cumplido cincuenta.

La vida los sonreía. A veces Carmen y Beatriz salían a comprar playeras llenas de imágenes de sexo. Compraban también perfume. Carmen era más elegantes. Beatriz, con su lonjas, escogía un bikini y un brassier minúsculo para los enormes senos que poseía.

Un día Xavier llegó ya muy tarde en la noche: las dos estaban desesperadas. Apenas si sabían que estaba con la prostituta. Los tres en verdad eran cuatro, como los mosqueteros.

Xavier llegó con un hambre de nunca acabar. Abrió una botella de champaña. Estaba en pleno vigor. Platicó animadamente con las dos, les contó que la industria farmacéutica de su propiedad iba bien de finanzas. Y les propuso a ambas para que los tres fueran a Montevideo, a un hotel de lujo.
Fue tal el barullo por la preparación de las tres maletas.

Carmen se llevó todo su complicado maquillaje. Beatriz salió a comprar una minifalda. Viajaron en avión. Se sentaron en la fila de tres asientos: él en medio de las dos.

En Montevideo compraron todo lo que quisieron. Incluso ana máquina de coser para Beatriz y una máquina de escribir para Carmen, que quería aprender. En verdad no necesitaba nada, era una pobre desgraciada. Llevaba un diario: anotaba en las páginas del grueso cuaderno empastado en rojo las fechas en que Xavier la buscaba. Le daba el diario a Beatriz para que lo leyera.

En Montevideo compraron un libro de recetas culinarias. Sólo que estaba en francés y ellas no entendían. Parecían más palabrotas que palabras.

Entonces compraron un recetario en castellano. Y se esmeraron en las sopas y en las salsas. Aprendieron a hacer roastbeef. Xavier engordó tres kilos y su fuerza de toro aumentó.

A veces las dos se acostaban en la cama. Largo era el día. Y, a pesar de que no eran lesbianas, se excitaban una a otra y hacían el amor. Amor triste.

Un día le contaron ese hecho a Xavier.

Xavier se excitó. Y quiso que esa noche las dos se amaran frente a él. Pero, ordenado de esa manera, terminó todo en nada. Las dos lloraron y Xavier se encolerizó furiamente.

Durante tres días no le dirigió la palabra a ninguna de las dos.

Pero, durante ese intervalo, y sin encargo, las dos fueron a la cama con éxito.

Al teatro los tres no iban. Preferían ver la televisión. O cenar fuera.

Xavier comía con malos modales: agarraba la comida con las manos, hacía mucho ruido al masticar, además de comer con la boca abierta. Carmen era más refinada, le daba asco y vergüenza. Beatriz tampoco tenía vergüenza, hasta desnuda andaba por la casa.

No se sabe cómo empezó. Pero comenzó.

Un día, Xavier llegó del trabajo con marcas de lápiz labial en la camisa. No pudo negar que había estado con su prostituta preferida. Carmen y Beatriz agarraron un trozo de palo cada una y corrieron detrás de Xavier por toda la casa. Este corría todo desesperado, gritando: ¡perdón!, ¡perdón!, ¡perdón!

Las dos, también cansada, finalmente dejaron de perseguirlo.

A las tres de la mañana, Xavier tuvo ganas de poseer una de las mujeres. Le llamó a Beatriz porque era la menos rencorosa. Beatriz lánguida y cansada, se prestó a los deseos ......

..... continuará...

lunes, 15 de octubre de 2007

Critica Ojo Silva (M.Carolina)

Roberto Bolaño sitúa a los personajes de este cuento: narrador y personaje principal en un contexto histórico real, chilenos nacidos en los años 50, ambos exiliados, errantes por el mundo.

Él nos habla de la sentencia de una generación con respecto a la violencia, nos cuenta del encuentro del narrador con su amigo chileno que se hizo en México, a los veinte años de edad, ya en el exilio. Luego de relatarnos de sus vidas, nos cuenta de un encuentro entre ambos, el cual desde un inicio el narrador cree que se trata de un hecho afortunado, del azar.

Sin embargo el Ojo lo ha buscado para contarle y contarnos de sus experiencias inolvidables en la India, de sus niños, de su pobreza, de su precariedad y sus vivencias increíbles de acoger, en ese y en este mundo lleno de injusticia y de temor.

A pesar de tratarse de un cuento y por tanto de una ficción, el relato raya en el realismo. Pudo ser cierto, el Ojo Silva puede existir, puede ser uno de nosotros, puede estar aquí o allá en Berlín.
El tema tratado por el autor nos refiere principalmente a nuestros sentimientos como seres humanos ante temas tan sensibles como son la violencia y la injusticia, aplicado a los seres más indefensos como son los niños. Qué sentimos, qué estamos dispuestos a hacer ante esto que vemos parece ser su intención.

Las intertextualidades que se nos presentan son mas bien del tipo indirecto y se refieren a las que tienen que ver con la historia, con la inserción en un territorio y en un tiempo que es real, y además vivido por el autor. Lo mismo sucede con el ambiente que rodea el periodismo, ya que este relato puede ser tomado como un serio cuestionamiento hacia la profesión, pero que de alguna manera también vemos como se proyecta a todos nosotros como espectadores de este gran escenario en que nos movemos.

En cuanto a los personajes a medida que transcurre el relato se nos va mostrando las experiencias y la interioridad del Ojo Silva, haciendo de él un relieve lleno de profundidad. Vemos como un hombre distante se nos va transformando en un hombre cercano, tan cercano que logramos vivenciar sus experiencias y llegar a sentir su insaciable tristeza.

El narrador a pesar de permanecer en una aparente distancia con respecto al lector y hacia su amigo, lleva sobre él el manto de ser responsable de la narración y por tanto lo que sabemos y conocemos acerca del personaje principal es por él, de su voz. Eso hace que en la escritura y en la forma de narrar se va acortando también esta distancia, desde la indiferencia hasta una complicidad e intimidad cercana.

El estilo de relato que se nos presenta es del tipo informal teñido a ratos por la nebulosa de las divagaciones, las cuales nos entregan como una serie de indicios en que como tal en su mayoría no aporta al relato final más que como adornos distractorios, semejantes a lo que ocurre en la realidad misma en que todo lo que vemos no es todo lo que importa o que nos importa.

La estructura de este cuento es fragmentaria, disfrazada de una aparente organicidad producto de la inserción de los indicios y de algunos puntos de fugas, que aportan una tensión a la espera del contenido final o verdaderamente real.

Finalmente nos encontramos frente a un texto cuyo tema central posee una excesiva sensibilidad por lo cual su crudeza obliga a una cierta anestesia por medio de la indiferencia, lo que permite un distanciamiento necesario que logra invitar a una reflexión sobre el tema sin echar a correr las lágrimas infinitamente hasta la desesperación.

Comentario acerca de El ojo Silva

Recomiendo el comentario de Portnoy acerca de El ojo Silva.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Cuarta lectura: El ojo Silva de Roberto Bolaño

Del libro "Putas asesinas"

Lo que son las cosas, Mauricio Silva, llamado el Ojo, siempre intentó escapar de la violencia aún a riesgo de ser considerado un cobarde, pero de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar, al menos no nosotros, los nacidos en Latinoamérica en la década del cincuenta, los que rondábamos los veinte años cuando murió Salvador Allende.

El caso del Ojo es paradigmático y ejemplar y tal vez no sea ocioso volver a recordarlo, sobre todo cuando ya han pasado tantos años.

ver completo en El ojo Silva.

martes, 9 de octubre de 2007

Roberto Bolaño (1953-2003) Biografía de un Detective Salvaje


Roberto Bolaño (1953-2003)

Roberto Bolaño Avalo nació en chile en 1953 en la ciudad de Santiago; vago durante su infancia por Los Ángeles, Valparaíso, Quilpue, Viña del Mar y Cauquenes. A los 13 años su familia se radica en México, país fundamental para la obra y vida de Bolaño; se refugian en el DF, pero viajan durante toda su estadía en variadas ocasiones al desierto fronterizo mexicano, lugar que sería luego fuente de inspiración constante para el escritor.

En México Bolaño se impregna de las ideas comunistas de la época, es así que parte a los 20 años (1973) a chile para pertenecer a la revolución social socialista de la época. El viaje lo realiza por bus, autostop y barco; así pasa por todo Latinoamérica, viaje importantísimo, relatado en Detectives Salvajes. Llega a chile poco días después del golpe militar y decide unirse a la defensa de la revolución, es tomado detenido y la suerte lo salva de la tortura; los militares que lo tenían preso habían sido amigos de la infancia de Bolaño, por lo cual lo sueltan. Después Bolaño abandona chile para refugiarse nuevamente en México por una larga estadía y luego partir por mucho tiempo a Europa, donde pasaría el resto de su vida.

En su nueva llegada a México conoce al poeta Mario Santiago Papasquiaro forman el movimiento poético Infrarrealista (Movimiento originalmente fundando en chile por Roberto Matta). Aquí Bolaño se comienza a perfilar como escritor y a vivir una alucinante vida que le permitiría escribir sus novelas, siendo las más importantes (Detectives Salvajes y 2666).

Parte en 1977 a Europa donde viviría el resto de su vida, en Europa trabaja con variados oficios, camarero, mayordomo, cuidador de camping, periodista, basurero… Bolaño realiza todo estos trabajos para costearse su hambre voraz de literatura, vive escribiendo y trabajando, quedando sus obras aun escondidas en su habitación. En 1978 viaja a Gerona y realiza estudios de Escultura, en la escuela de arte de dicha ciudad. 1984 sale su primera novela reconocida por la critica “Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce” con esta obra gana el premio Antoni García Porta, de ese año; Ese mismo año contrae matrimonio con Carolina López. Entre 1993 y 1996 publica tres libros; en 1993 publica el poemario “Los Perros Románticos”, con este libro gana su segundo premio (también en España). En 1996 publica dos libros “Estrella Distante” y “Literatura nazi en Latinoamérica”.

En 1997 publica una colección de cuentos “llamada Telefónicas” por primera vez es reconocido en chile, con el premio Municipal de Santiago 1998. En 1998 Publica su novela más conocida, “Detectives Salvajes” , en la cual se mezclan sus bases Infrarrealista y una descripción del movimiento bajo el alter-ego de “Realviceralistas”, durante esta obra se puede ver toda la vida de Bolaño, reflejada en los personajes y en su alter-ego “Arturo Belano”.

En 2000 y 2002 pública Nocturno Chile y Amberes. Un año después muere de una insuficiencia hepática desatada por una juventud descarriada, de mala alimentación y mucho dolor. Una vez muerto se publica su obra póstuma nunca terminada “2666” donde se ve su biografía repasada desde ángulos extraños y infrarrealistas; también se publican sus ensayos en el libro “Entre Paréntesis”.



Bibliografía:

Wikipedia/Roberto_Bolaño

Club Cultura

miércoles, 3 de octubre de 2007

Tercera lectura: dos cuentos de Rubem Fonseca

Betsy

Betsy esperó el regreso del hombre para morir.

Antes del viaje él había notado que Betsy mostraba un apetito fuera de lo común. Después surgieron otros síntomas, ingestión excesiva de agua, incontenencia urinaria. Hasta entonces, Betsy sólo había padecido de cataratas en uno de los ojos. No le gustaba salir, pero antes del viaje entró inesperadamente con él en el ascensor, y los dos pasearon por la acera de la playa, algo que nunca habían hecho.

El día en que el hombre llegó, Betsy sufrió el derrame y dejó de comer. Veinte días sin comer, acostada en el lecho con el hombre. Los especialistas dijeron que no había nada que pudiera hacerse. Betsy sólo se levantaba de la cama para tomar agua.

El hombre permaneció con Betsy en la cama durante toda su agonía, acariciando su cuerpo, palpando con tristeza la flacura de sus ancas. El último día, Betsy, muy quieta, los ojos azules abierto, miró al hombre con el mismo mirar de siempre, que confesaba la comodidad y el placer que su presencia y sus cariños le proporcionaban. Comenzó a temblar y él la abrazó con más fuerza. Sintiendo que sus miembros estaban fríos, el hombre trató de acomodarla mejor en el lecho. Ella entonces estiró el cuerpo, como si se desperezara, y écho la cabeza hacia atrás, en un gesto lleno de languidez. Después estiró aún más el cuerpo, y suspiró con fuerza. El hombre pensó que Betsy había muerto. Pero al cabo de algunos segundos ella lanzó otro suspiro. Horrorizándose de su meticulosa atención, el hombre contó, uno a uno, todos los suspiros de Betsy. En un breve intervalo ella exhaló nueve suspiros iguales, la lengua afuera, pendiendo a un lado de la boca. Luego empezó a golpear su vientre con los dos pies juntos, como hacía a veces, sólo que con mayor violencia. Después, se quedó inmóvil. El hombre pasó su mano levemente por el cuerpo de Betsy. Ella se desperezó y alargó los miembros por última vez. Estaba muerta. Ahora, el hombre sabía que estaba muerta.

La noche entera la pasó despierto a su lado, acariciándola suavemente, en silencio, sin saber qué decir. Habían vivido juntos dieciocho años.

Por la mañana, la dejó en el lecho y fue hasta la cocina y preparó un café puro. Fue a tomarlo en la sala. La casa nunca había estado tan vacía y tan triste.

Por fortuna, el hombre no había botado la caja de cartón de la licuadora. Regresó al cuarto. Cuidadosamente, puso el cuerpo de Betsy dentro de la caja. Con la caja debajo del brazo se dirigió a la puerta. Antes de abrirla y salir, se enjugó los ojos. No quería que lo vieran así.

Rubem Fonseca: del libro "Histórias de amor" (cuentos), editado por Cia. das Letras - São Paulo, 1997.



Cidade de Deus

O nome dele é João Romeiro, mas é conhecido como Zinho na Cidade de Deus, uma favela em Jacarepaguá, onde comanda o tráfico de drogas. Ela é Soraia Gonçalves, uma mulher dócil e calada. Soraia soube que Zinho era traficante dois meses depois de estarem morando juntos num condomínio de classe média alta da Barra da Tijuca. Você se importa?, Zinho perguntou, e ela respondeu que havia tido na vida dela um homem metido a direito que não passava de um canalha. No condomínio Zinho é conhecido como vendedor de uma firma de importação. Quando chega uma partida grande de droga na favela Zinho some durante alguns dias. Para justificar sua ausência Soraia diz, para as vizinhas que encontra no playground ou na piscina, que o marido está viajando pela firma. A polícia anda atrás dele, mas sabe apenas o seu apelido, e que ele é branco. Zinho nunca foi preso.

Hoje à noite Zinho chegou em casa depois de passar três dias distribuindo, pelos seus pontos, cocaína enviada pelo seu fornecedor em Puerto Suarez e maconha que veio de Pernambuco. Foram para a cama. Zinho era rápido e rude e depois de foder a mulher virava as costas para ela e dormia. Soraia era calada e sem iniciativa, mas Zinho queria ela assim, gostava de ser obedecido na cama como era obedecido na Cidade de Deus.

“Antes de você dormir posso te perguntar uma coisa?”

“Pergunta logo, estou cansado e quero dormir, amorzinho.”

"Você seria capaz de matar uma pessoa por mim?"

“Amorzinho, eu mato um cara porque ele me roubou cinco gramas, não vou matar um sujeito que você pediu? Diz quem é o cara. É aqui do condomínio?”

“Não”.

“De onde é?”

“Mora na Taquara”.

“O que foi que ele te fez?”

“Nada. Ele é um menino de sete anos. Você já matou um menino de sete anos?”

“Já mandei furar a bala as palmas das mãos de dois merdinhas que sumiram com uns papelotes, pra servir de exemplo, mas acho que eles tinham dez anos. Por que você quer matar um moleque de sete anos?”

“Para fazer a mãe dele sofrer. Ela me humilhou. Tirou o meu namorado, fez pouco de mim, dizia para todo mundo que eu era burra. Depois casou com ele. Ela é loura, tem olhos azuis e se acha o máximo.”

“Você quer se vingar porque ela tirou o seu namorado? Você ainda gosta desse puto, é isso?”

“Gosto só de você, Zinho, você é tudo para mim. Esse merda do Rodrigo não vale nada, só sinto desprezo por ele. Quero fazer a mulher sofrer porque ela me humilhou, me chamou de burra, ria na frente dos outros.”

“Posso matar esse puto.”

“Ela nem gosta dele. Quero fazer essa mulher sofrer muito. Morte de filho deixa a mãe desesperada.”

“Está bem. Você sabe onde o menino mora?”

“Sei.”

“Vou mandar pegar o moleque e levar para a Cidade de Deus.”

“Mas não faz o garoto padecer muito.”

“Se essa puta souber que o filho morreu sofrendo é melhor, não é? Me dá o endereço. Amanhã mando fazer o serviço, a Taquara é perto da minha base.”

De manhã bem cedo Zinho saiu de carro e foi para a Cidade de Deus. Ficou fora dois dias. Quando voltou, levou Soraia para a cama e ela docilmente obedeceu a todas as suas ordens, Antes de ele dormir, ela perguntou, “você fez aquilo que eu pedi?”

“Faço o que prometo, amorzinho. Mandei meu pessoal pegar o menino quando ele ia para o colégio e levar para a Cidade de Deus. De madrugada quebraram os braços e as pernas do moleque, estrangularam, cortaram ele todo e depois jogaram na porta da casa da mãe. Esquece essa merda, não quero mais ouvir falar nesse assunto", disse Zinho.
“Sim, eu já esqueci.”

Zinho virou as costas para Soraia e dormiu. Zinho tinha um sono pesado. Soraia ficou acordada ouvindo Zinho roncar. Depois levantou-se e pegou um retrato de Rodrigo que mantinha escondido num lugar que Zinho nunca descobriria. Sempre que Soraia olhava o retrato do antigo namorado, durante aqueles anos todos, seus olhos se enchiam de lágrimas. Mas nesse dia as lágrimas foram mais abundantes.

“Amor da minha vida”, ela disse, apertando o retrato de Rodrigo de encontro ao seu coração sobressaltado.


Texto extraído do livro "Histórias de Amor", Cia. das Letras - 1997 - São Paulo, pág. 11.


Ver reseña en El hablador